El Tri: Un Rocanroll que no sabe mentir y una guitarra que no debe callar.

El Tri: Un Rocanroll que no sabe mentir y una guitarra que no debe callar.

CHICAGO, IL USA | 4 DE DICIEMBRE DEL 2018 | ARTICULO & FOTOS POR: VÍCTOR GARCÉS |

Hace unos días fuí invitado a tomar foto del concierto de El Tri en Chicago. Obviamente acepté con gusto y de inmediato. El Tri es una de esas bandas que todos escuchamos aunque no los “escuchemos” en realidad: son una leyenda. Pero parado frente al escenario en la aislada y casi solitaria zona de prensa, ya con la cámara entre las manos y medio bañado por la cerveza que alguno de los compas presentes arrojó al aire para compartirla con todos, pasó algo raro: me sentí un traidor. Lo explico…El área de prensa es esa zona justo frente al escenario donde comparten codazos fotógrafos, redactores, agentes de seguridad, y personal de producción. No malinterpreten, es un área indispensable para maniobras fotográficas, pero aún así, y quizá por eso, es un limbo de emociones donde eres parte de todo, pero no perteneces a nada.

Nunca había tomado fotos del Tri, y la emoción por hacerlo era bastante singular. Alex Lora fue uno de los primeros rocanroleros que escribió para aquellos no tenían voz, que desde que gritó “Viva el Rocanroll” por vez primera en 1968 resistió la opresión (cultural y gubernamental) y la convirtió en canciones, y que, sobretodo, rompió cuanto escenario le ofrecieron, incluído el desafortunado y falsamente-mítico Avándaro. Alex Lora y el El Tri, sin olvidar el Three Souls in My Mind obviamente, son rock, nuestro rock. Había tanta gente frente aquel escenario. Todos reunidos para celebrar 50 años del rocanroll de Alex. Cada uno con la garganta cargada de canciones. Tan linda era aquella postal que era imposible no conmoverse y sorprenderse un poco. Cuando por fin salió al escenario pasadas las 10:30 pm y sonó La raza más chida, el lugar estalló, mi cámara se encendió y yo no podía bailar. Fue un poco triste y justo ahí se encuentra mi traición. Falté muchachos. No pude brincar con ustedes. No llegué al slam que evocaba aquellos pasos pachuqueros encerrados en el calabozo de la preocupación laboral (bueno, sí medio bailé poquito, pero no es lo mismo...no estoy llorando, tú estás llorando).

Hace años yo estuve precisamente ahí, entre la multitud cantando Oye, cantinero, Cuando tú no estás, María Sabina, Chavo de Onda, Que Viva el Rocanrol. Cursaba mi primer año de prepa y venía saliendo de un brazo roto. Para protegerme, la astucia seductora y desmadrosa de mis compas, (aunque, ¿cuándo no es seductor el desmadre?) recrearon el yeso roto con cinta gris marca secuestro express. Logré pasar todo el concierto a la orilla del slam con el brazo re-enyesado y levantado a lo alto para no “lastimarme.” Creo que descalabré a varios. Valió la pena.

La noche del miércoles 22 mientras intentaba capturar instantes y tararear (o cantar a todo pulmón que es básicamente lo mismo), alguna canción, me perdí en la veneración de las 3000 gargantas presentes. Cada palabra, cada movimiento, toda mentada de madre, eran celebrados como si fuera la primera vez que Alex los hacía o como si fuera primera vez que ellos lo presenciaban. Hubo un tiempo hace años, cuando caí en desencanto con la banda por las un tanto monótonas nuevas producciones, que me molestaba esa interacción con el público. Parecía que todo estaba escrito y ensayado. No había sorpresas y me aburría. Ahora lo entiendo distinto. Las canciones no son sólo escritas, más bien son inventadas cada vez que son cantadas.

Justamente eso ocurre en cada concierto de El Tri. Medio siglo después, Alex toca al público como pocos. Ese es su mejor instrumento. Es por eso que no importa cuál canción elija. Todas serán coreadas entre los brincos constantes de un Alex que a sus 65 años, sigue rockeando con la misma entrega, y quizá un tostón más, que cualquiera presente. No faltaron sus plegarias a la Virgen de Guadalupe, su apoyo a los migrantes, sus  mentadas de madre a Trump, y el lagrimeo generalizado (incluyendo el mío) al balbucear entre suspiros “y tú y yo algún día nos habremos de encontrar, mientras tanto cuídate y que te bendiga Dios…”

La promesa previamente anunciada, pero aún así sorpresiva, se dió casi a las 2 horas de concierto, cuando salió la sinfónica para ornamentar los himnos que le faltaba a la banda cantar. Fue bonito verlos a todos  “ser felices,” como tantas veces exclamó Alex. Al final de la noche, perdí la cuenta de cuántas canciones cantaron. El reloj marcaba la 1:55 am y Alex, Chela, Rafa, Lalo, Oscar, Ramón, y Carlos  seguían tocando. Supongo que 3 horas y media de rocanroll, después de 5 décadas de carrera, son un suspiro cualquiera; pero es una belleza que es necesario aplaudir.

Saliendo del concierto, caminando entre el ya casi ausente público que se quedó con el grito de  “otra otra” atorado en la garganta, me di cuenta que mi traición inicial era una melancolía absurda. Ya vendrán nuevas canciones que habremos cantado mil veces antes y las celebraremos no por lo que fueron, si no por lo que somos cada vez que las cantamos. Ya lo dijo Alex  “que recordar es vivir...y todos queremos vivir más...” Felices 50 años Alex, cuando sea grande quiero ser tan joven como tú.

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Para el Pantera.







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