RUIDO FEST 2018: EL ECO DE LA LLUVIA Y EL SUDOR DE UNA CANCIÓN
CHICAGO, ILL - USA | 14 DE JULIO DEL 2018 | ARTICULO & FOTOS POR: VICTOR GARCÉS | EDICIÓN: REBECA PÉREZ |
Los recuerdos son tramposos. Nos acarician al mismo tiempo que nos sacan la lengua. Son sensaciones y emociones reflejadas en aquellas mismas que simplemente: ya fueron. Aunque pareciera un tanto fatalista, es en realidad todo lo contrario. Hay un toque de honestidad bruta que la presencia firme y agobiante del presente nos arrebata. Días después del Ruido Fest 2018, ya cuando el polvo del predio se ha convertido en un plano de recuerdos, sería bueno preguntarnos cuál ha sido el eco que ha dejado este Ruido...
Cuatro años ya del Ruido Fest, una eternidad para cualquier albur. Años atrás, cuando el rocanrol en Chicago era aún adolescente, imaginar que un festival como el Ruido podría existir, era casi imposible. Sin duda, lejos estamos de aquellos años en los que el rocanrol en castellano se recluía a noches casi anecdóticas. Cuando llegaban los de siempre, los que identificados por la misma necesidad emocional comenzaban el slam aún con las luces encendidas. Lo recuerdo claramente. El uniforme era elegante y sombrío: de casacas negras, pantalones entallados, cadenas y cintos brillantes, ojos delineado de negro, y melenas largas y húmedas; exactamente como nuestra voz. Después llegaban las tardes pegados a los discos, de aprendernos las canciones mientras vivíamos en expectativa eterna a que llegaran nuevas. Y así pasaron los años, entre silencios compartidos, entre ecos guardados, hasta que un día, todo se hizo ruido.
Es un tanto curioso, cuatro años después y mi mayor sorpresa aún ocurre siempre en la caminata inicial justo en el primer dia. Ver a la gente caminar de escenario en escenario apresurados, con banderas por camisas, ya con la sonrisa afilada de alegría, brincando entre desconocidos abrazados por el mismo sudor; me hace recordar que sin duda el rocanrol en Chicago ya no es tan adolescente. Este año la sorpresa fue aún más grata: llovió. Primer año que ocurre para el Ruido y debemos decir que tanto la gente como el festival superaron la prueba: nadie se rajó. Por fortuna el viernes fue un día tan sabroso y movido como la gelatina con rompope y contó con los ritmos guapachosos adecuados para el frenesí caderezco de los presentes. Entre baile, slam y zapateado; el lodo, la lluvia y el frío sólo fueron una excusa para acercarse más al escenario.
Tal vez el único escenario que sufrió de verdaderos problemas por la lluvia y el lodo fue el pequeñísimo y casi improvisado tercer escenario, que este año fue acondicionado para DJs. Aún así en los días siguientes, y ya con sol de por medio, algunos valientes los acompañaron bailando sin importar la salud de su calzado. Quizá este tercer escenario sea el punto más débil del Ruido. Quienes olvidando sus pasadas ediciones, dejaron a un costado el número de bandas que habían tocado aquí para utilizarlo casi como relleno con Djs que en realidad muy poco público decidió apreciar. Dato que seguramente los promotores/productores del evento tenían muy en cuenta. Pero a nadie le gusta ver un cartel con tan poquitos nombres, así que, qué más da.
En su defensa, debemos aceptar que a pesar de la gran calidad de las bandas que han tocado en este tercer escenario (que cada año ha disminuido en tamaño) poco caso tiene gastar energía y tiempo en incluir maravillosas bandas de hispanoamérica, que por ser poco conocidas, poquísima gente decidía ver.
Aunque al parecer esto último a muy poca gente le interesó, ya que los headliners del festival lograron seducir al público de siempre, y dudo mucho que los números de asistencia hayan sufrido algún descalabro. De hecho, a ojo pelón, me parecía que los escenarios contaban con mayor audiencia que años anteriores. Hecho que es completamente comprensible tomando en cuenta las propuestas musicales tan picudas que fueron parte del festival.
En realidad hubo de todo...y que rico. Comenzando por la cumbia de Los Mirlos, de Celso Piña y de Los Ángeles Azules. Estos últimos cerraron el primer día con un público de todas las edades, que dejaron en descubierto que cuando la cumbia llama...no hay rocanrol que valga. A diferencia del año pasado cuando tocó Intocable, lo cual ofendió a muchos “rockeros.” con los Ángeles parecían estar todos contentos, y pocas quejas se escucharon.
El lado skatero fue un agasajo total. Comenzando con Voodoo Glow Skull, con su punk-ska californiano, que reventó todas las bocinas. Aunque Los Caligaris sin duda fueron los más celebrados. En su primera presentación en Chicago, los cordobeses fueron coreados como pocos. Entre globos, piruetas, y un show bien ensayado, todos los presentes (frente y sobre el escenario) terminaron con las camisetas girando en el aire. Entre Razón, Kilómetros, y No Estás, aquello era una celebración total. Celebración que continuó con Panteón Rococó, quizá la banda de ska mexicano más exitosa de los últimos años. Si bien es cierto que prendieron al público como cuete en navidad; con un show lleno de energía, de juego de luces, de fraces emotivas y canciones muy queridas. También es cierto que ésta fue su segunda actuación en el Ruido desde el 2016. Lo aceptamos, méritos sobran para que Panteón toque en cualquier escenario de Chicago, se comprende. Pero vaya, acaso existen tan pocas alternativas musicales que necesitan repetir headliners tan rápido? Otros que repitieron fueron los compas de Kinky, que ya son consentidos de la ciudad. Como lo profesionales que son, tocaron tan bien como siempre y justo ese fue el problema: no hubo sorpresa. Con un set repleto de éxitos y un público que les exigió muy poco, su presentación cayó en lo predecible. Pasando sin mayor gloria, pero recibiendo los aplausos bien ganados.
Por ahora no cuestionamos las decisiones artísticas, ni las finanzas del festival. Sin embargo, tomando en cuenta la decisión de incluir menos bandas independientes, de disminuir el tercer escenario en un escenario de Djs, de repetir bandas de años anteriores, y de entregar gran parte del predio a un ejército de puestos de venta de comida y accesorios innecesarios, sin duda son aspectos bastante cuestionables.
Aunque al final, siendo realistas, dichos aspectos son casi minúsculos cuando se recuerdan todas las canciones cantadas: no hay comparación. Por ejemplo, Anita Tijoux y su 1977 (delicia suprema) , Gaby Moreno y su Blues de Mar (me mató), 2 Minutos y … todas sus canciones carajo, qué emoción al fin verlos en vivo. También me quedo con el agasajo de ver de nuevo a Plastilina Mosh, que aunque un poquito desenchufados, nos volaron a todos la cabeza.
La emoción final llegó con Caifanes. Definitivamente un punto y aparte de idolatración rocanrolera. No hubo un alma que no cantará cada una de las canciones. Mientra que Saúl, Sabo, Diego y Alfonso se mostraron contentos y sonrientes. Pasearon sobre el escenario con la confianza absoluta de saber que son venerados y absolutamente perdonados por durar 7 años con su gira de reencuentro...sin contar con ninguna canción nueva (imaginen grillos cantar en este momento).
Aún así, con un set de poco más de una hora los Caifanes dieron el toque final a un cuarto Ruido. Es imposible decir que cantaron éxitos, ya que todas sus canciones lo son. Tampoco podemos hablar de sorpresas, también todas lo son. Sólo se puede decir que es bonito recordar a la gente sonriendo. Cantando canciones que ya son parte de la memoria colectiva. Imagino que ese es el propósito principal del Ruido: darnos una voz a pesar de haber nacido en silencio. Han pasado ya cuatro años, quizá los más difíciles. Ahora toca regenerarse y consolidarse como más que una fiesta anual, más que un lindo recuerdo. La realidad es que todos queremos hacer ruido. Nos vemos en el 2019 muchachos, estaremos listos.